¡Cómo cambia el alma del hombre, dependiendo del clima, del silencio, de la soledad o de la compañía! Los seres humanos me parecen, desde mi soledad de aquí, no hormigas, como seguramente pensarás, sino todo lo contrario: megaterios, dinosaurios y pterodáctilos que viven en una atmósfera saturada de ácido carbónico y una densa podredumbre cosmogónica. Una jungla incomprensible, absurda y lamentable. Las nociones de «patria» y «raza» que tanto te gustan, las nociones de «supranación» y «humanidad» que me han seducido, adquieren el mismo valor bajo el soplo todopoderoso de la destrucción. Sentimos que nos han dado cuerda para decir algunas sílabas, a veces ni siquiera sílabas, voces inconexas, un «¡a!», un «¡u!», y luego reventamos. Y aun las ideas más grandes, si les abres la panza, ves que también son títeres, rellenos de paja, y hundido entre la paja, un resorte de hojalata.