Años después, cuando conocí a Edith, ella me contaría de tantos artistas que han trabajado en torno a la muerte y la pérdida. Por ejemplo, la fotógrafa japonesa Ishiuchi Miyako, quien mantuvo una relación distante con su madre, pero que tras su fallecimiento construyó un retrato íntimo de ella por medio de los objetos que habían estado en contacto cercano con su piel: su lápiz labial, sus fondos, su peine, sus pantuflas. «Lo que me queda ahora son sólo las cosas que mi madre dejó para mí. Las llevo, una por una, hacia la luz, para plasmar su imagen en fotografías, como una forma de despedirme de ella», diría Ishiuchi