Sin duda alguna, el instrumento de trabajo más importante para Edith fueron las tijeras (acumuló una amplia colección de ellas y adoraba las que estaban completamente hechas de metal). Y también el corrector, el pegamento, la pintura grisácea y nívea (a veces de aceite, a veces acrílica), sus frascos y tarros de lápices, pinceles y esponjas, la máquina fotocopiadora en la cocina (que todavía está ahí, cual adorable armatoste de unívoca lealtad, un poco muerta pero resistiendo al lado del refrigerador, aun cuando sus obsoletos cartuchos de tóner se volvieron dificilísimos de encontrar desde hace ya varios años y me queda uno nada más), la caja de luz (que permanece en el closet), y su cámara réflex con la cual fotografiaba a los canarios. Finalmente, hace unos años, se compró un celular con cámara (yo nunca aprendí a usarlos bien y detesto la computadora, como bien puede apreciarse dado el antiquísimo método de comunicación por correspondencia en papel que aún practico). Con la cámara del teléfono empezó a sacar fotos de los canarios terminados y empezó a agregar a sus cuadernos nuevos experimentos donde usaba filtros y efectos de iluminación. Siempre imprimió el resultado y siempre agregó las impresiones a su colección analógica: los cuadernos amarillos y negros, cuidadosamente acomodados en esa infraestructura de la memoria que es el archivero.