Estamos condenados al presente. Confinados en un instante que queremos asir todo el tiempo, por eso nombramos las horas, los minutos y los segundos. Podemos repetir tal minuto, tal hora, tal día, de tal mes, de tal año, pero solo son etiquetas. El tiempo no tiene nombre. Es como el agua del río que solo Funes podría nombrar en su totalidad. Y entonces no habría historia, ni sombras, ni silencios: nada.