También hay muchos, muchísimos hombres que lo ven así. Aquellos que aspiran a definirse como auténticos amantes de la mujer admiran lo que el rostro de esta dice de su pasado, antes de que los viera a ellos siquiera, y también las aventuras y las tensiones que su cuerpo ha experimentado, las cicatrices de sus juegos infantiles, los cambios provocados por la maternidad, sus características individuales, la luminosidad de su expresión. El número de hombres que ya piensan así es mucho mayor de lo que pretenden hacernos creer los jueces de la cultura de masas, puesto que la historia que ellos necesitan contar acaba con la moraleja opuesta.