Más allá de que lo aceptemos o no, vivimos en constante cambio: físico, mental, emocional y espiritual. Por otro lado, la vida sería muy triste, aburrida e insulsa si no existiera la mutabilidad. Los altibajos y los cambios de opinión forman parte de nuestra existencia. Por lo que, si una persona a los cuarenta años piensa exactamente lo mismo que pensaba a los veinte, es porque en esas dos décadas intermedias no aprendió nada.