Transformar la amenaza de futuro en un ahora realizado: ese milagro telepático, el único deseable, es obra de una corpórea presencia de ánimo. Los tiempos primitivos, en los que tal comportamiento formaba parte de la economía cotidiana del hombre, le daban a éste, en su cuerpo desnudo, el instrumento adivinatorio más fiable. La Antigüedad aún conocía esta práctica, y Escipión, al pisar el suelo de Cartago, da un traspiés y, abriendo los brazos, exclama la consigna de la victoria: ¡Teneo te, terra africana! Aquello que podría haber sido una señal ominosa, una imagen del desastre, él lo liga corpóreamente al instante y se convierte a sí mismo en factótum de su cuerpo