Esta escasez de una predicación clara, honesta, directa y bíblica ha debilitado a la iglesia, pues la autoridad y eficacia de la predicación no depende primordialmente del predicador, sino de la Palabra de Dios (Is. 55:11; 1 Tes. 2:13; 2 Tim. 3:15-17; 4:2; Heb. 4:12).