Los libros de Marcuse, Eco, Debord y McLuhan estaban en el aire, pero el núcleo duro de los estudios era el marxismo. Al modo de un mantra, recitábamos una frase del prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política: «No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino el ser social lo que determina la conciencia. Todo tema dependía, en última instancia, de las condiciones de producción. Los fenómenos culturales, ideológicos, religiosos, morales, es decir, «espirituales», debían entenderse a la luz del materialismo dialéctico.