Ciencia ficción capitalista

que los autores de ciencia ficción «dura» fueron en su mayoría hombres, salvo las excepciones de la ya mencionada Judith Merril (1923-1997) o también de Kate Wilhelm (1928-2018).

intertextualidad con la de la Guerra Fría, aunque marcando un claro cambio de época, fue bautizada como «the billionaires space race» («la carrera espacial multimillonaria»).33

negocio del espacio, que monopolizaron aceleradamente las multimillonarias inversiones de Richard Branson, Jeff Bezos y Elon Musk. Y en un contexto marcado por la amenaza urgente del cambio climático, camuflaron el verde dólar de su codicia especulativa con heroicos planes ambientalistas para salvar en otros planetas a la humanidad.

Paul Allen declaró que el combustible que avivó su pasión por el espacio fue el descubrimiento en su temprana adolescencia de la ciencia ficción, que leía de manera frenética en ediciones de bolsillo compradas en una pequeña librería de usados de su Seattle natal, en particular las novelas de Robert Heinlein, autor de quien afirmó ser fanático absoluto

la llegada a la Luna en 1969 como hito supremo, y adquiriera la hegemonía máxima del desarrollo astronáutico, sería una victoria no solo norteamericana, sino del capitalismo (y del capitalismo en alianza con la ciencia ficción dura) como único sistema económico y político que regiría el Universo entero.

nada menos que el campo de batalla de la Guerra Fría

el espacio exterior era

el satélite es el punto nodal entre ciencia ficción y capitalismo, ya que, debido a su potencial monetario en las industrias de comunicaciones y entretenimiento, fue la primera tecnología espacial que privatizó Estados Unidos y liberó al usufructo corporativo

Pero quizá el autor de ciencia ficción dura más emblemático de esta colaboración corporativa sea Arthur C. Clarke, quien postuló la factibilidad de poner en órbita satélites con fines telecomunicacionales. Y aunque se considera al ya antes mencionado Konstantin Tsiolkovski el padre teórico de los satélites artificiales, Arthur C. Clarke fue el primero en popularizar la revolucionaria hipótesis de implementarlos para transmitir información.

Un dato que acaso se deduce de este modelo hipermasculino de héroes empresariales es que los autores de ciencia ficción «dura» fueron en su mayoría hombres, salvo las excepciones de la ya mencionada Judith Merril (1923-1997) o también de Kate Wilhelm (1928-2018).