un puñetero universitario, tan débil que ni siquiera deberían haberlo dejado ingresar en el ejército, les preguntó si podía acompañarlos. Ni siquiera tenía un fusil ni un cuchillo. Ni siquiera tenía un casco o una gorra. Ni siquiera podía andar derecho, sino que iba cojeando arriba y abajo, arriba y abajo, y los volvía a todos locos y delataba su posición. Era patético. En la anécdota de Weary, los tres mosqueteros empujaban, acompañaban y arrastraban al universitario hasta sus propias líneas. Le salvaban el maldito pellejo.