Los Ladmiral se acuerdan de haber visto con los Romand El gran azul, Papá Noel es una basura (que a continuación compraron en vídeo, y de la que conocían de memoria las réplicas: «Sí, eso es…», decían, imitando a Thierry Lhermitte), ballets de Béjart para los cuales Jean-Claude había conseguido entradas en la OMS, el one man show de Valérie Lemercier, pero también En la soledad de los algodonales, una obra de Bernard-Marie Koltès, que Luc habría de describir en su declaración como «un diálogo interminable entre dos jornaleros del algodón sobre la dureza de su vida, y del que varios amigos que nos acompañaban no entendieron nada». A Jean-Claude, en cambio, le había gustado, lo cual no extrañó a los otros porque le tenían por un intelectual. Leía mucho, preferentemente ensayos semifilosóficos escritos por grandes nombres de la ciencia, del tipo de El azar y la necesidad, de Jacques Monod. Se proclamaba racionalista y agnóstico, aunque respetaba la fe de su mujer, y apreciaba incluso que sus hijos frecuentasen una escuela religiosa: más adelante, serían libres de escoger. Entre sus admiraciones se contaba el abbé Pierre y Bernard Kouchner, la madre Teresa y Brigitte Bardot. Formaba parte del considerable porcentaje de franceses que pensaban que si Jesucristo volviera a la tierra sería para hacerse médico humanitario