Trató de imaginar cómo habían matado a Frank y recordó el mercado de Les Halles, con sus millares de reses abiertas en canal, colgadas de enormes garfios de hierro. El espectáculo era tan atroz que durante muchos días se sintió abatida. Después de aquella visita le parecieron normales los campos de exterminio. ¿Acaso aquellas galerías colmadas de cadáveres de animales asesinados no justificaban el crimen cometido contra el hombre? “Somos fieras”, se dijo, y agregó: “No, pobres fieras. No existe la palabra que pueda clasificarnos”. A Frank le gustaba visitar aquel mercado gigantesco y comer después una sopa de cebolla. “¡Eres una sentimental ridícula!”, exclamaba cuando ella se negaba a pisar de nuevo las galerías olorosas a sangre, y ahora era Frank