Novelas escogidas (1982–1998)

el mundo había dejado de girar y yo había quedado en el lado oscuro. Nunca más vería el sol. Desde entonces me levanto a mirar la noche, las ventanas de los edificios parecen las cuencas de muchas calaveras, me recuerdan que soy mortal y que lo que me sucede es pasajero…

“Ni siquiera tengo dinero para suicidarme…”, se dijo, sintiendo que estaba en una orilla y que del otro lado la locura le hacía gestos. Se quedó quieta, no encendió la luz; las tinieblas la cobijaban, sentía vergüenza de ser mirada y de mirarse a sí misma. El tiempo no pasaba.

¡Dolor de viuda mucho duele y poco dura!

Frank carecía de la facultad infantil de proyectarse en los objetos y, como los salvajes, sólo conocía su posesión.

Se diría que una de las cualidades de los salvajes era haber sido siempre adultos,

“La dignidad es irrecuperable…”, se repitió y supo que la había perdido en el mismo momento en el que se casó.

Era increíble que todavía existieran gentes que vivieran fuera del infierno.

Algo que venía del fondo de los siglos lo empujaba a conducirse de una manera bárbara y lo dejaba solo, en posesión de un universo ajeno al suyo, en el que tenían sucesos oscuros, olvidados hacía ya mucho tiempo.

“En la pendiente del mal sólo cuesta dar el primer paso”,

Vio salir a Frank de su habitación como si saliera de una película. Se vio a ella misma saliendo a una calle iluminada.

—¿Entendiste la película, Verónica? —le preguntaba alguien.

—No, no la entendí, pero era terrible…