El problema de Hamlet, su tragedia, es el problema y la tragedia de todos: el sentido de la vida: «ser o no ser, esa es la cuestión»; el hombre: «¡Qué obra admirable es el hombre!» (para llamarlo irónicamente «quintaesencia del polvo»); la ética: «Nada hay bueno ni malo si no lo hacemos así con el pensamiento»; el más allá: «Morir: dormir; nada más»... «Dormir, tal vez soñar». Junto a ello, estallidos de protesta: «¿Qué debe hacer el hombre sino ser feliz?», y el definitivo (en boca de Marcelo): «Algo está podrido en Dinamarca», aplicable a tantos tiempos y lugares. «El resto —dice al final Shakespeare— es silencio».