Cada seis meses

No es cansado ser tu amiga, Álex. —Levantó un poco la cabeza. Me miró—. Es todo lo que yo sé ser.

Todas las versiones de Mía encajaban conmigo, y estarían conmigo, y eso pasaría se estrellasen o no se estrellasen las cosas, en el espacio del mundo que tocase.

Creo que a veces me confundía con una hija hipotética que nunca había tenido, una que le decía que no a las cosas, pero en realidad lo que había tenido era una que compraba la leche mal por verle la cara a alguien.

Esa fue la segunda vez que vi a Ro.

tenía los ojos de mil colores; no hubiese podido adjudicarles uno. Adjudicarles uno habría sido simplificar, negar lo que eran. Hubiese sido quitarle los ojos.

—Gracias, Hana —me dijo, y me devolvió el cigarro—. Yo me llamo Ro.

Luego se levantó y se fue.

Era mayo.

Lo identifiqué entonces: tenía tanto miedo. Ocurría algo que no entendía y se escapaba de mí. La realidad se había roto.

Hay un efecto lento y seguro en la vida de cada persona, pero el mío es ridículo y es este.

—Léetelas.

—No.

Las leía todas.

La chica se irguió un poco.

—Ah, ¿tú eres La Culo?