Siempre se espera, puesto que se nos enseña a explicarnos y a darnos sentido, que podamos racionalizar verbalmente nuestras acciones. Y, para ello, desarrollamos en nuestro interior una especie de segunda naturaleza a la que el zen denomina yo observador. Y, aunque ese yo observador sea algo positivo, también puede causar problemas. Se pasa el tiempo, por ejemplo, comentando quiénes somos y lo que hacemos («¿Qué dirán los demás?», «¿Lo habré hecho bien?», «¿Tiene algún sentido lo que hago?»).