Hay cosas que nos aguardan, con paciencia, en los pasillos oscuros de nuestra vida. Creemos haberlas superado, haberlas olvidado, creemos que las hemos dejado ajarse y marchitarse y que se las ha llevado el viento, pero nos equivocamos. Estaban esperándonos en la oscuridad, entrenando, ensayando sus golpes más demoledores —esos puñetazos salvajes, duros y cortantes, directos al estómago—, matando el tiempo hasta que volviéramos a pasar por allí.