Valeria Luiselli

El árbol genealógico de los que migran siempre se parte en dos mitades: los que se fueron y los que se quedaron.

Pero quizá sea cierto que una persona sólo tiene dos residencias permanentes: la casa de la infancia y la tumba.

En Estados Unidos, quedarse es un fin en sí mismo y no un medio: quedarse es el mito fundacional de esta sociedad. En eso nos parecemos todos los que llegamos, sin importar nuestras condiciones previas y circunstancias actuales: todos abrevamos en las aguas de ese mito. Los que llegamos aquí, empezamos, de forma inevitable y quizá irreversible, a querer formar parte del gran teatro de la pertenencia».

Yo no llevo un diario. Mis diarios son las cosas que subrayo en los libros. Nunca le prestaría un libro a nadie después de haberlo leído. Subrayo demasiado, a veces páginas enteras, a veces con doble subrayado.

Para dar con una o con la otra, hace falta circular entre gente y mausoleos, esperar con toda paciencia hasta que suceda el encuentro.

Pero quizá sea cierto que una persona sólo tiene dos residencias permanentes: la casa de la infancia y la tumba.

una Ítaca cuya fuerza atractiva consistía en estar siempre lejana, en ser siempre un lugar efímero, imaginado.

Si la voluntad y la vida son dos cosas imposibles de separar, la muerte y el azar lo son también.

Yo, que ni soy artista ni soy Chesterton, no sabría cómo hacer ninguna de las dos cosas.

Bajo los cipreses, como manecillas de gigantescos relojes de sol, el tiempo se ensancha y fluye.