Carmen Laforet

Pensé que cualquier alegría de mi vida tenía que compensarla algo desagradable. Que quizás esto era una ley fatal.

—¿Qué clase de estudios de arte has hecho tú?
—Yo, ninguno. Para ser crítico se necesita solamente sensibilidad, y ya la tengo. Y, además, amigos… Yo los tengo también.

Eran como pájaros envejecidos y oscuros, con las pechugas palpitantes de haber volado mucho en un trozo de cielo muy pequeño»

increíblemente bella y blanca entre la fealdad de todas las cosas, como un milag

las estrellas me trajo en un tropel toda mi ilusión a través de Barcelona, hasta el momento de entrar en este ambiente de gentes y de muebles endiablados. Tenía miedo de meterme en aquella cama parecida a un ataúd. Creo que estuve temblando de indefinibl

descanso, en un trabajo seguro y metódico

encerrada en el corazón de la ciudad. Luces, ruidos, el oleaje entero de la vida rompía contra aquellos balcones con cortinas de terciopelo.

del día había perdido su horror, pero no su desarreglo espantoso, su absoluto abandono.

aspecto excéntrico y resultaba espiritualizado, como consumido por ayunos largo

La ciudad, hija mía, es un infierno.