Kacen Callender

El día que se marchó y no me llevó consigo, decidí que iría a buscarla. Cuando la encuentre, le recordaré que soy Caroline Murphy, su única hija, y que me quería demasiado para dejarme atrás. Entonces ella se reirá, admitirá su error y me abrazará. Y, aunque la mayoría de gente quiere soltarse a los pocos segundos de que los abraces, mi madre no me soltará hasta que yo se lo pida; y, si de mí depende, nos quedaremos abrazadas para siempre.

Verá, a veces las amistades no duran y no es culpa de nadie en particular. Es así, sin más.

Todas las niñas necesitan a su madre, pero a veces la vida es así. La vida no nos da todo lo que queremos o necesitamos.

Cuando me pregunta si tengo alguna novela favorita (Tras las montañas, de Edwidge Danticat), se levanta sin dilación para enseñarme libros de Jamaica Kincaid, Tiphaine Yanique y otras autoras de los Estados Unidos, como Zora Neale Hurston y Octavia Butler, y me dice que esos libros le salvaron la vida. Yo no sé bien qué quiere decir, pero la creo.

Parece lo más difícil del mundo. Ya es complicado tener un solo sueño. Me he preguntado muchas veces cuál es el mío, pero no sé si todavía tengo sueños. A lo mejor mi sueño es tener un sueño, encontrar algo por lo que vivir. ¿Te imaginas? Te esfuerzas un montón por encontrar algo por lo que vivir y al final tienes que buscarte otro sueño.

He aprendido montones de cosas en la biblioteca, incluso cosas que mi madre nunca me enseñó. Por ejemplo, que existe una isla cerca de Ciudad de México llena de muñecas rotas; que hay un hongo que toma el control del cerebro de las hormigas y las obliga a hacer cosas, o que podría haber un número infinito de universos, lo que significa que podría haber un número infinito de Caroline Murphys que viven en un número infinito de Water Islands, salvo por el hecho de que algunas ni siquiera vivirán allí.

Ahora nadie me ordena que me calle: me lo ordeno yo misma. Soy una traidora a mi propia voz.

Era una mujer convencida de que no tenía derecho a existir en este mundo. Pero ahora sé que lo tengo, igual que el resto de personas. Tengo derecho a existir, a vivir, a amar y a ser amada.

Me gusta que su voz haga vibrar el aire como el sonido de un tambor.

Sabía que nadie me querría nunca tanto como mi madre. Nadie, nunca, volvería a quererme de esa manera.