Karen Chacek

¿Para qué? ¿Para tener la relación de padre-hija que nunca tuvimos?

Siempre traté de alejarme de él, de poner la mayor distancia posible entre los dos, aun estando en la misma casa. Nunca aprendí a acercarme a él. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? El instinto no me ayuda: me está susurrando que huya.

Lo extraño de una manera que no sabría explicar, porque apenas si lo recuerdo.

Sólo cayendo en el pozo se conoce su profundidad. Los padres tienen en un pozo el corazón, y no saben qué tan hondo y oscuro es hasta que avientan en él a sus hijos.

A todo se acostumbra uno: a la placidez del vientre materno, a las murallas que guardan la niñez, a la rutina de los grados escolares. Y de todos lados nos desalojan cuando apenas les empezamos a pescar el gusto. A veces no son los mejores sitios para estar, pero se vuelven conocidos y con eso basta; eso nos hace extrañar, desde el exilio, incluso los barrios más infectos.

Los hijos definen. Hasta que están aquí, los padres empiezan a saber qué clase de personas son, lo estúpidos que pueden llegar a ser, lo perdidos que están. Sólo cayendo en el pozo se conoce su profundidad. Los padres tienen en un pozo el corazón, y no saben qué tan hondo y oscuro es hasta que avientan en él a sus hijos.

Se nos olvida que los padres son humanos, igual de frágiles que los hijos

Lo que alguna vez fue jardín es ahora un rectángulo de tierra muerta y algunas malezas necias.

Demasiado tarde. Para bien o para mal, he hecho mi vida sin él.

La relación ideal es de amor, comprensión y tolerancia. Y aunque algunas relaciones se tejen en armonía y sin graves contratiempos, muchas otras son conflictivas y dolorosas, a veces por la incapacidad para comunicarse, por la negación a aceptar errores, por los demonios de unos y otros, por la brecha generacional, por el abismo que se ahonda en cuanto más pasa el tiempo