Elena Sandoval

  • juan diego esquivias padillaje citiraoпрошле године
    Había en el auditorio un rico comerciante retirado, algo usurero, Géborand, el cual había ganado medio millón fabricando gruesas telas, sargas diversas y un tipo de bonetes de fieltro llamado fez, todo de bajo precio. No había dado una limosna en su vida, pero después del sermón se advirtió que todos los domingos daba cinco céntimos a los viejos mendigos que pedían en el portal de la catedral.Y eran seis a repartirse aquello. Un día, el obispo le vio haciendo su caridad y le dijo a la hermana con una sonrisa:
    –Ahí tienes al señor Géborand comprando cinco céntimos de paraíso.
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    El hombre lleva sobre sí el peso de la carne, que es a la vez su fardo y su tentación. La arrastra y cede a ella.
    »Debe vigilarla, contenerla, reprimirla, y no obedecerla más que en caso extremo. En esta obediencia, puede todavía haber falta, pero la falta así cometida es venial. Es una caída, pero una caída de rodillas que puede acabar en oración.
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    Dios da el aire a los hombres y la ley se lo vende.
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    La nota dice así:
    «¡Oh vos, que sois!
    »El Eclesiastés os llama Todopoderoso, los Macabeos os llaman Creador; la Epístola a los Efesios os llama Libertad; Baruch os llama Inmensidad; los Salmos os llaman Sabiduría y Verdad; Juan os llama Luz; los Reyes, Señor; el Éxodo, Providencia; el Levítico, Santidad; Esdras, Justicia; la creación os llama Dios, el hombre os llama Padre; pero Salomón os llama Misericordia, y éste es el más bello de todos vuestros nombres».
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    Una vez la señora Magloire le dijo con cierta malicia cariñosa:
    –Monseñor, usted, que saca provecho de todo, tiene ahí un terreno inútil. Más valdría que produjera legumbres y hortalizas.
    –Señora Magloire, se equivoca. Lo bello es tan útil como lo útil.
    Y añadió tras un momento de silencio:
    –Quizá más.
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    Entre otras cosas extrañas, se le habría escapado, una tarde que se encontraba en casa de uno de sus colegas más cualificados, lo siguiente:
    –¡Ah, los bellos relojes de péndulo!, ¡las buenas alfombras!, ¡las buenas libreas! ¡Qué molesto ha de ser todo eso! ¡Oh! No me gustaría tener todas esas cosas superfluas gritándome sin cesar al oído: ¡hay gente que pasa hambre!, ¡hay quien pasa frío!, ¡hay pobres!, ¡hay pobres!
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    el éxito es una cosa bastante horrenda. Su falso parecido con el mérito engaña a los hombres. Para la masa, el éxito tiene el mismo perfil que la excelencia. El éxito, ese espejismo del talento, ha engañado a la Historia.
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    miseria universal era su mina. El dolor general siempre era una ocasión de bondad. Su lema era Amaos los unos a los otros; lo decía completo, no deseaba nada más, y era toda su doctrina. Un día, ese hombre que se creía «filósofo», el senador que ya conocemos, dijo al obispo:
    –Mire el espectáculo del mundo; guerra de todos contra todos. Su amaos los unos a los otros es una simpleza.
    –Y bien –respondió monseñor Bienvenue sin ánimo de disputa–, si es una simpleza, el alma debe encerrarse en ella como la perla en la ostra.
    Así que él se encerraba en su lema,
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    e decía una voz al oído que acababa de atravesar la hora solemne de su destino, que para él no había ya término medio; que si en adelante no era el mejor de los hombres, sería el peor;
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    La historia desprecia casi todas estas particularidades, y no puede ser de otra forma; nos invadiría el infinito. Sin embargo, estos detalles, que se consideran equivocadamente pequeños –no hay hechos pequeños en la humanidad ni hojas pequeñas en la vegetación– son útiles. Es de la fisonomía de los años de lo que se compone la figura de los siglos.
    En ese año de 1817, cuatro jóvenes parisinos montaron «una buena farsa».
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