Dijo que llamar tanto la atención es algo que de cierta forma ha definido su vida, para bien y para mal. Que, por ejemplo, la primera vez que un hombre le ofreció dinero a cambio de sexo ella tenía once años. Que un tío, un primo y dos de sus profesores de secundaria intentaron manosearla. Que alguna vez tuvo que denunciar a un vecino que se pasaba tardes enteras masturbándose mientras la espiaba con unos binoculares. Que durante toda su adolescencia tuvo que lidiar con eso: con miradas y acercamientos y propuestas indeseables, y que a la fecha no puede estar a solas más de diez minutos sin que algún sujeto se aproxime para hacerle plática o invitarle un helado (sonrisa burlona, sin filo). Que lo de experimentar con su cuerpo es reciente, que tal vez es la forma que ha encontrado para redefinir su identidad, para redefinir su belleza ante sus propios ojos y en sus propios términos, más allá de su fisonomía. Que los tatuajes y los peinados exóticos sirven también para radicalizar su imagen y filtrar el tipo y número de hombres que se acercan a ella, especialmente entre los clientes de la cafetería donde trabaja. Y que, a pesar de todo, también convive en ella un miedo a perder su belleza, su juventud, la elasticidad de su cuerpo,