Pablo Amargo

También les pido a mis alumnos que escriban sobre sus mascotas. Gatos, perros, hámsters o conejos, cotorras o canarios, lo que tengan. Quiero saber cómo los observan, qué conclusiones sacan de sus observaciones

El culo en la polla», leo desde mi ventana.

Esa pintada es mucho más transgresora de lo que parece, dice Victorpe riendo.

Las olas de calor se encadenan sin respiro. Todos los días se alcanzan cuarenta grados, uno llegamos incluso a cuarenta y cinco

pero yo también formo parte de la naturaleza y, si dejo que siga su curso, he de dejar también que la ridícula y desproporcionada compasión que alienta mis actos continúe hasta el final, caiga quien caiga.

Reconozco su grandeza. Admito mi pequeñez.

Aquí no interviene la razón. Este es el dominio del espíritu y de su enorme, insondable, secreto. Es ella. Soy yo. Somos nosotras.

Plutarco decía que quien maltrata a un animal terminará maltratando a sus semejantes. Para Descartes, en cambio, el grito de dolor de un perro no es más que una reacción mecánica equiparable al chirrido de una rueda que gira. Pienso, luego me equivoco, así que descarto a Descartes y me quedo con Plutarco.

Tu gato es de los que se toman la venganza con lentitud. Malo con parsimonia, como los verdaderos malos.

El nombre Victorpe surge de la fusión de Víctor Pedro, compuesto cacofónico donde los haya. La apócope final tampoco suena nada bien, con ese torpe resonando en el oído, pero él asegura que le gusta e insiste en una pronunciación aguda para deshacer los equívocos: Victorpé.

¿Por qué no llamarlo Víctor solo, a secas, o Pedro a secas?

Yo no lo sé, él lo sabrá.

¿Por qué pesa siempre más lo leído, lo escuchado, lo una y mil veces repetido, lo fijado por la no siempre sabia sabiduría popular —llevarse como el perro y el gato; el perro y al gato nunca en el mismo plato— que la experiencia propia, que lo que estoy viendo ahora mismo con mis propios ojos?