Rodrigo Cordero

Si imagino sombrero, aun cuando haya pensado nieve, es porque no quería saber que pensaba en nieve; el sombrero representa, pues, todo aquello que, en mi experiencia de la nieve, me esfuerzo por excluir cuando pronuncio su nombre

O vos omnes qui transitis per viam attendite et videte

si est dolor sicut dolor meus.

Oh, todos vosotros que pasáis por el camino, deteneos y observad

si existe un dolor comparable a mi dolor.

El nombre es uno de los atributos fundamentales del santo: con ocasión del bautismo, al llamar al niño Pedro o Pablo, este recibía simultáneamente como “patrón”, es decir, como modelo y como protector, a los santos Pedro o Pablo, ya era parte de la mansión celeste, de su coro

Pero para que la oración fuese verdaderamente eficaz, era necesario que el santo fuese llamado por su verdadero nombre, de modo que se debía reservar en la imagen un lugar para ese nombre, un lugar donde incluso aquellos que no sabían leer pudiesen reconocer al menos que había algo escrito

Pero, sobre todo, el emblema siempre representaba solo uno de los aspectos del personaje sagrado, mientras que su nombre lo designaba en su totalidad

el emblema más seguro, el más particularmente apropiado para distinguir tal santo de los otros en el mismo retablo, pero a partir de esta señal, el fiel que veía por ejemplo la figura de un hombre que sostiene una llave, debía recurrir al nombre para dirigirse a la persona completa, para volcar su espíritu no solo hacia el portero del paraíso, sino también hacia el fundador de la Iglesia, el pescador del lago de Tiberíades, el crucificado cabeza abajo, hacia todo aquello que los sermones, oficios y relatos piadosos ligaban a las sílabas de Pedro