No sabía muy bien cómo se comportaban los demás con sus amigos normalmente, porque nunca antes había tenido ninguno, pero la parte positiva es que Orion tampoco, así que en ese aspecto no me llevaba ventaja. Como no se nos ocurrió nada mejor, seguimos siendo unos bordes el uno con el otro, lo cual no me costaba ningún esfuerzo, aunque para Orion era una experiencia nueva y refrescante por partida doble: al parecer le habían grabado a fuego desde muy pequeño que debía ser amable con la gente corriente y moliente.
—Me encantaría devolverte el insulto, pero mi madre me enseñó buenos modales —me dijo con énfasis al día siguiente después de cenar, mientras lo alejaba de un tirón de las escaleras que bajaban a los pisos inferiores. Le acababa de decir que era un capullo por intentar esconderse en los laboratorios de alquimia otra vez.
—Y la mía también, pero no sirvió de nada —respondí yo, empujándolo escaleras arriba hasta la biblioteca—. Me importa un bledo si te gusta sacar joroba y sentarte a solas en una mesa como un gul.