Ana Inés Fernández

Quince años después, Carmélien encontraba intacto su dolor, porque las heridas de infancia no sanan nunca.

nuestra región enamorada de la lluvia y del viento

—Oye, tu papá sabe lo que hace. Una mujer es como un naranjo o un árbol de lichis. Están hechos para dar vida.

Le traen troncos de la Guyana porque nuestros bosques están desiertos

¿De qué sirve una madre si no es para ser muralla contra el egoísmo y la crueldad de los padres?

Es el viento, es el viento.
En la negrura, la montaña dormía tranquila y él, el viento, estaba acostado a sus pies

Entonces, el viento me sopló esa idea con su gran risa demente. ¡Él es, él es el culpable

Travesía del manglar.
Me alcé de hombros.
—El manglar no se atraviesa. Te clavas en las raíces de los mangles. Te entierras y te asfixias en el lodo salobre

Sí, oigo la cabalgata de los mangos con prisa de hundir sus semillas en el vientre de la tierra para volverse, a su vez, eternos

Me gustaría ser mi ancestra india para seguirlo a la pira funeraria. Entonces nuestra plática no tendría fin