Javier Castillo

Me alegraba su manera de ver la vida, de su apego al amor, aún cuando era una persona que había sufrido tantos rechazos

Todo en la vida tiene su porqué, pero solo se conoce cuando miras hacia atrás.

Todavía no me puedo creer lo que hice anoche, aunque en el fondo tengo una sensación de tranquilidad y paz interior que jamás había tenido. Es extraño, pero es la verdad.

Me encantaba su sonrisa, y su mirada era una auténtica perdición. No se le podía mentir a esa mirada. Podría haber estado toda una vida observándola mientras amanecía, mientras los rayos de sol iluminaban su pelo, y mientras abría los ojos y me sonreía al despertar

Creo que poco a poco todo comienza a ubicarse y por muchos actos, tanto bondadosos como malévolos, que uno realice al final sigues siendo tú. Puede que no el mismo tú, pero tú al fin y al cabo.

La imagen de las luces en la noche me recuerdan también a ella. ¿Cómo lo permití? ¿Acaso no pude hacer nada? Son muchos años preguntándome lo mismo y nunca he encontrado la respuesta. Nunca he dudado de mi amor, pero sí de mí mismo.

Creo que nadie debería arrepentirse de sus decisiones. Debe aceptarlas, vivirlas, pedir perdón cuando proceda, pero nunca arrepentirse. La vida se compone de momentos fútiles, de insignificantes decisiones tomadas por tu yo particular en cada instante, de manera más o menos meditada, pero siempre es uno quien las toma.

Cumpliré mi objetivo y contaré al mundo mi historia.

Han estado viviendo todo este tiempo sin un atisbo de preocupación, arrepentimiento, perdón o redención. No lo puedo permitir ni un segundo más. Este es mi destino.

Aprendí dos lecciones que me acompañaron el resto de mi vida. La primera, que es muy distinto lo que una persona dice que quiere, o lo que una persona necesita, a lo que una persona quiere.