Olalla García

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    Acompañó a Midge hasta el coche y logró arrancarlo con la palanca. Midge le dio las gracias con voz inexpresiva. Se vio incapaz de mirarla a los ojos. Aquello, por entonces, era adulterio. Era pecado. Saldría en la segunda página de un periódico dominical: «Marido intima con joven granjera en un cobertizo. Su mujer fue testigo». Las manos le temblaban cuando volvió a la casa, y tuvo que servirse una copa. Nunca llegaron a hablar de aquello.
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    Había tomado el valor numérico de las letras C, A, T en el alfabeto —3, 1 y 20 respectivamente— y al sumarlas había obtenido el total de 24. Procedió entonces a anotar las muchas formas en las que dicho número había aparecido en el transcurso de su vida. Nació un día 24, en una casa cuyo número era el 24, y su madre tenía entonces 24 años. Cuando él cumplió los 24 su padre murió y lo dejó a cargo de una fortuna considerable. De eso hacía 24 años. La última vez que hizo balance de sus propiedades, descubrió que el valor de sus inversiones —sin contar los bienes inmuebles— era de aproximadamente 24 000 libras. En tres periodos diferentes, en tres pueblos diferentes, había terminado viviendo en casas cuyo número era el 24, y ese era también el número de su residencia actual. Además, su código de entrada a la sala de lectura del British Museum terminaba en 24, y tanto su médico como su abogado tenían despachos con aquel persistente número. Anotó varias coincidencias más, pero eran tan forzadas que no merece la pena recogerlas aquí. No obstante, los apuntes concluían con la siniestra pregunta: «¿Acabará todo el día 24?».
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    En un margen de la página donde tomó nota de este accidente, añadió las palabras «Este gato no trama nada bueno». El tono de todas las demás entradas del diario y de las pocas cartas que datan de esta época ponen de manifiesto que su estado mental estaba teñido y enturbiado por oscuros presentimientos.
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    —Hace mucho que no paso por Londres. Todos estos vehículos son muy desconcertantes. Pero me gusta…, me encanta. Tanto ajetreo, aunque, al mismo tiempo, la ciudad está muy tranquila en comparación con lo que era cuando yo vivía aquí.
    —¿Tranquila? —se extrañó Tubby.
    —Desde luego. Antes había adoquines, y los carros y las carretas chillaban y traqueteaban como el demonio.
    —¡Pero eso fue hace muchos años!
    —Sí. Soy mayor de lo que parezco.
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    Antes de que se hiciera de noche, el señor Huffam se hizo amigo de Mallow, el mayordomo. Nadie sabía muy bien cómo lo había conseguido. Nadie había entablado nunca amistad con
  • Seforaje citiralaпре 2 месеца
    De modo que vivían en mundos distintos, sus mentes nunca se encontraban. ¿Siempre había sido así? No lo recordaba.
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