Antes de presentarme delante de mi padre con mi título de abogado y notario público, primero le llevé aquel libro de cuentos. Temí entonces lo que iba a decirme, que de escribir no se come, primero la maldición de la música y ahora la maldición de la literatura; pero tomó el pequeño volumen entre sus manos, le dio vuelta al revés y al derecho, lo hojeó, y entonces alzó la vista y me dijo: «Ahora tenés que escribir una novela».