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Thomas Mann

  • b7290150166je citiraoпрошле године
    propio yo: conocemos nuestro propio yo sólo como fenómeno, no según lo que él acaso sea en sí. Dicho con otras palabras: espacio, tiempo y causalidad son unos mecanismos de nuestro intelecto, y por esto se llama inmanente la aprehensión de las cosas que se nos da en su imagen, condicionada por ellos. La aprehensión trascendente sería aquella que obtendríamos mediante el giro de la razón contra sí misma, mediante la crítica de la razón, mediante el descubrimiento de que aquellos tres mecanismos allí intercalados son meras formas del conocimiento.
  • b7290150166je citiraoпрошле године
    fuerza coercitiva de la convicción. Schopenhauer definió la cosa en sí, le dio nombre, aseveró saber lo que era —aunque, según Kant, nada podía saberse de ella—. La cosa en sí era la voluntad
  • b7290150166je citiraoпрошле године
    ¿Acaso porque la voluntad representaba el resultado de algún conocimiento objetivo acerca del valor de la vida? No; todo conocimiento era completamente ajeno a la voluntad; ésta era algo del todo independiente del conocimiento, algo del todo originario e incondicionado, era un impulso ciego, un instinto básico e irracional, absolutamente inmotivado, un instinto que estaba tan lejos de depender de cualesquiera juicios sobre el valor de la vida, que más bien ocurría lo contrario, a saber, que todos esos juicios dependían entera y totalmente del grado de fortaleza de la voluntad de vivir.
  • b7290150166je citiraoпрошле године
    La representación no era fin de sí misma, sino un medio para alcanzar los fines de la voluntad, lo mismo que eran también un medio aquellas otras partes
  • b7290150166je citiraoпрошле године
    no es que el intelecto produjese la voluntad; al revés: ésta engendraba para sí a aquél
  • b7290150166je citiraoпрошле године
    existe tan sólo para justificarla, para proporcionarle motivos «morales» y, dicho con brevedad, para racionalizar nuestros instintos
  • b7290150166je citiraoпрошле године
    Era una evaluación notablemente pesimista. Y, en efecto, cualquier manual enseña que Schopenhauer fue en primer lugar el filósofo de la voluntad, y en segundo lugar el filósofo del pesimismo. Pero aquí no hay primero ni segundo, sino que todo es uno y lo mismo; y Schopenhauer era lo segundo porque era lo primero y en la medida en que era lo primero; Schopenhauer era necesariamente pesimista porque era el filósofo y psicólogo de la voluntad. La voluntad, que es lo contrario de una satisfacción en reposo, es en sí misma algo fundamentalmente desdichado; es inquietud, es apetencia de algo, es ansia, es nostalgia, es avidez, es anhelo, es padecimiento. La voluntad que se objetiva en todos los entes expía en lo físico su placer metafísico, lo expía en un sentido muy literal de esta expresión: ese placer ella lo «expía» de la manera más horrible en el mundo y por el mundo que ella misma ha producido y que, por ser obra del apetito y de la pena, se revela como algo completamente atroz. Pues dado que la transformación de la voluntad en mundo, su mundificación, se realiza de acuerdo con el principium individuationis, se realiza mediante la disgregación de la voluntad en la multiplicidad, ocurre que la voluntad olvida su unidad originaria y se convierte en una voluntad enemistada millones de veces consigo misma, pese a ser, en todo ese despedazamiento, una; se convierte en una voluntad en conflicto consigo misma, que, desconociéndose, busca en cada una de sus manifestaciones fenoménicas el bienestar, el «lugar al sol», a costa de otras manifestaciones fenoménicas, más aún, a costa de todas las demás, y de esta forma clava constantemente los dientes en su propia carne, semejante a aquel habitante del Tártaro que con avidez devoraba su propia carne.
  • luluje citiralaпрошле године
    El «Englischer Garten» tenía la claridad de un día de agosto, a pesar de que los árboles apenas estaban vestidos de hojas.
  • Jeroaméje citiraoпрошле године
    de aquella mujer que jamás le diera la felicidad
  • Jeroaméje citiraoпре 8 месеци
    y la profunda convicción de que un día sería recompensada, allá arriba, de su enfadosa y oscura existencia, para lo cual tenía que soportar estas pequeñas luchas
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