Me gusta pensar que la siesta es uno de esos caminos de regreso al cuerpo. Hay en ella, como sugería en el capítulo anterior, algo de performance. De actuación, de acción artística, pero también de producción de corporalidad –performance en el sentido de esas enunciaciones que, más que describir o constatar la realidad, la generan–,1 de afirmación del yo-estoy-aquí, presente, en este preciso momento, en este lugar, dueño del tiempo, dueño del cuerpo, dueño, aunque sea por un instante, de mí mismo.