te dejé morir insultándome, llorando, babeando, vociferando, cagándote encima como un niño loco. En nombre de no sé qué leyes humanas, te abandoné a tu suerte miserable. Tal vez para salvar mi alma, tal vez para seguir siendo como quisieron que fuese ante Dios y ante los hombres aquellos que me criaron. Pero ante ti, Mademba, no fui capaz de ser un hombre. Te dejé maldecirme, amigo mío, a ti, mi más que hermano, te dejé vociferar, blasfemar, porque no sabía aún pensar por mí mismo