Antes de la evolución del Estado, en la mayoría de las sociedades aldeanas y grupales, el ser humano gozaba de una libertad política y económica que hoy solo goza una minoría privilegiada». Los hombres decidían por su cuenta cuánto tiempo iban a dedicar al trabajo en un día determinado, en qué trabajarían o incluso si trabajarían. Ni las rentas, ni los impuestos, ni los tributos impedían que la gente hiciera lo que quisiera. Una vida tan relajada y carente de restricciones habría sorprendido a un europeo, acostumbrado a vivir en una sociedad en la que únicamente la nobleza disfrutaba de una existencia similar.