—Uno que sabe economizar palabras.
Gonzalo se resignó, e inclinó la lata sobre sus labios para beber todo el contenido que le quedaba.
—Supongo que vamos a quedarnos dentro de este ascensor para siempre, Alexander.
—No se preocupe, Gonzalo. Para siempre suele durar menos tiempo del que pensamos —agregó el anciano, mientras rozaba el relicario con la punta de sus dedos—. ¿Quiere oír la historia del collar o no?
—Ya me ha contado el final.
—¡Oh, en esta vida el final es lo que menos importa! —exclamó el anciano.