—Sé bien cuándo estoy despierto y cuándo sueño —replicó Ronan Lynch.
De la misma forma en que Gansey era suave y orgánico, difuso y homogéneo, Ronan era oscuro, afilado y disonante, un abrupta figura en relieve sobre el fondo del bosque.
Adam Parrish, acurrucado en el suelo y vestido con un mono raído y grasiento, levantó la cabeza para hablar:
—¿Ah, sí?
Por toda respuesta, Ronan emitió un desagradable gruñido a caballo entre el sarcasmo y la alegría. Él, como Cabeswater, era un hacedor de sueños. Si no conocía la diferencia entre la vigilia y el sueño, era porque, para él, carecía de importancia.
—Tal vez tú seas un producto de mi sueño —le espetó.
—En ese caso, gracias por la dentadura perfecta —repuso Adam.