Daniele Giglioli

No somos lo que hacemos, sino lo que hemos padecido, lo que podemos perder, lo que nos han quitado.

La víctima es irresponsable, no responde de nada, no tiene necesidad de justificarse: es el sueño de cualquier tipo de poder. En su erigirse como una identidad indiscutida, absoluta, en su reducir el ser a una propiedad que nadie pueda disputarle, realiza paródicamente la promesa imposible del individualismo propietario.

Que nuestro tiempo guste de verse representado por una fórmula de pathos en la que se separa radicalmente el sentir del hacer es un motivo de malestar.

el que está condenado a repetir el pasado no es quien no lo recuerda, sino quien no lo comprende.

¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece.

No somos lo que hacemos, sino lo que hemos padecido, lo que podemos perder, lo que nos han quitado.

quien está con la víctima no se equivoca nunca.

Pero, como ha explicado Furio Jesi, quien controla una máquina mitológica tiene en su mano la palanca del poder.

La víctima genera liderazgo. ¿Quién habla en su nombre, quién tiene derecho a hacerlo, quién la representa, quién transforma la impotencia en poder?

Hoy, en cambio, nos vemos pillados entre la preceptiva del mal menor, que informa el pensamiento político liberal (la célebre frase de Churchill «la democracia es el peor gobierno posible, si no consideramos todos los demás»)