Ese pensamiento, que surge desde la conciencia de nuestras desventajas de género, podría ser un trampolín –festiva metáfora del agua– para achicar y hasta suturar otras brechas en la frente y más heridas: la desigualdad de clase, raza, procedencia, salud, opción sexual… Entonces el trampolín se convierte en aguja de bordado y oímos cómo la punta metálica entra y sale de la tela