Escapamos continuamente del presente. Nuestra existencia mental, inmaterial y sin dimensiones, se traslada por la dimensión tiempo, desde el nacimiento hasta la muerte, a una velocidad uniforme.

Allí donde la población es equilibrada y abundante, la excesiva natalidad se convierte en un mal antes que en una bendición; donde la violencia es algo escaso y la descendencia está a salvo, hay menos necesidad

necesidad (de hecho, no hay ninguna) de una familia eficiente, y la especialización de los sexos de acuerdo a las necesidades de los hijos desaparece