Para la mayoría de los iraquíes, Sadam era una eminencia omnipresente, omnisciente y todopoderosa que vivía entre ellos pero que escapaba por entero a su comprensión. Como los súbditos de una divinidad iracunda, le rendían pleitesía para conseguir su atención, su compasión y su piedad. Escogiendo sus palabras con mucho cuidado, un escritor iraquí me sugirió que estudiase la antigua Mesopotamia a fin de entender el culto a Sadam:
–Quienes vienen de Occidente, donde la realidad consiste en el hoy y el mañana y el pasado carece de importancia y apenas existe, se equivocan al aplicar a Irak el mismo rasero. Aquí el pasado ha originado el presente y sigue formando parte de él. Aquí crearon a los primeros dioses con rostro humano. Había dioses para el agua, para la agricultura y todo lo demás. Yo los veo como a ministros de Sadam. Aquellos dioses eran el vínculo entre el cielo y la tierra, lo que originó una tradición de tratar a los monarcas como a dioses. El carácter divino se basa en la mezcla del cielo y la tierra. Quizá esto explique lo que usted está viendo en Irak.