La maestra de historia era, en todos los cursos, la señorita Kennedy, y sus clases eran un desbarajuste. La pobre señorita era una pobre mujer que no sabía mantener el orden durante más de cinco minutos. Era nerviosa y seria; siempre extremadamente cortés, atendía todas las preguntas que le hacían, por tontas que fueran, y las contestaba con largas explicaciones. Nunca se daba cuenta de que, la mitad de las veces, las niñas le tomaban el pelo.