Natalia Carrero

Este vicio que consiste en alcanzar a partir de unos tragos cierta descompresión psíquica y anímica implica ciertos riesgos. Se corre el peligro de evidenciarse demasiado y echarlo todo a perder. Tomo otro poco mientras me justifico para mis adentros, mis ancestros también: es un medicamento.

No quiero llamarlo hogar aunque lo parezca. Hay algo siempre en las palabras que empleamos que indica la marca de la casa o algo así, la procedencia y el estado actual. El término hogar ejerce sobre mí cierta asfixia. Me resisto a llamar hogar a este piso tan estupendo que ocupo junto a otras personas. Puedo vivir aquí y fingir que aquí estoy mientras disfruto de vuelos diarios a través de la bebida, me distancio y compruebo que todo podría ser un espejismo. Parece que me gusta este teatro de la palabra con sus insondables silencios. De repente en pleno vuelo compruebo mis ganas de intervenir en la realidad para introducir ciertas disidencias no siempre convenientes.

Beber no para diluir tensiones ni para recargar fuerzas, sino por el simple vaivén de la escena llena de luz y de color. Brindar y celebrar, sorber un poco y que suceda un estallido de amores furtivos y generosos, semillas de historias futuras germinando como novelas ejemplares