Si yo fuera una mujer, hincaría los codos a conciencia y sería la más culta de los alrededores. Haría lo que fuera para no necesitar a un hombre. Y si por un azar me enamorara, lo disfrutaría saboreándolo como un manjar delicioso de caducidad asegurada. Eso sí, cada uno en su casa, que del amor se salta a la rutina en quince días