Bien, lo cierto es que no pude librarme de la impresión y me invadió una desazón que era como una tortura. No creo que estuviese predispuesta a preocuparme mucho de la casa de enfrente, pero, después de aquello, no me la podía quitar de la cabeza y no pensaba en otra cosa; la observaba, hablaba de ella y soñaba con ella