Después de que la incineramos y metimos sus cenizas en la tierra, soñé a mi nana. Estaba tan contenta, venía de la mano de Quetzalli. La niña tenía en el cabello unas ramitas verdes. Y comprendí que aunque mi nana hubiera fallecido de muerte natural, y su hija en el sacrificio a la bella diosa del agua, en el mundo que nos sobrepasa, en la región de los muertos, que es la de los dadores de la vida, en ese lugar realmente se vive, realmente se ríe, se es feliz y realmente se sueña. Los sueños son reales y vienen a visitarnos aquí, sobre la tierra y se ponen un huipil blanco, un huipil nuevo y nos dejan su aroma de flores como una esperanza, como un aviso y se van luego de regreso a su vida verdadera.