Levantó la cabeza cuando oyó los pasos de Chip y relinchó tristemente. Chip se inclinó sobre él con una oscura agonía en los ojos. La señorita Whitmore, que observaba la escena, se dio cuenta de que el sufrimiento del caballo era una mera nimiedad comparado con el de su amo. Sus ojos vagaron hasta el revólver cargado que sobresalía del bolsillo trasero y se estremeció, pero no por Silver. Se acercó y apoyó la mano sobre la reluciente crin. El caballo resopló nervioso e intentó levantarse.
—No está acostumbrado a las mujeres —afirmó con cierto deje de orgullo—. Supongo que esto es lo más cerca que ha estado nunca de una. Nadie lo ha tocado, aparte de mí