Andrea Calamari

Censurar, anular, abolir, suprimir, rescindir, revocar, derogar, archivar, esconder, tachar, señalar, abolir, cancelar.

Esas son actividades dilectas de los espíritus totalizadores. Siempre lo fueron. Porque el unanimismo es confortante y los adecuados al mundo tienden a expulsar al distinto; la ironía es que ahora lo hacemos en nombre de las disidencias.

Las mujeres del siglo XXI ya no buscamos en el matrimonio estatus social, salvación o sustento. Hacemos algo mucho peor: entramos engañadas. ¡Creemos en el amor! Pensamos que somos modernas y libres, que la carga real del trabajo doméstico y emocional que supone vivir con un hombre no va a recaer sobre nuestras delicadas espaldas. Que esa unión será un lugar seguro, un refugio contra el mundo. Y que el sexo se convertirá en garantía dentro de esa pequeña sociedad para calmar el dolor de la existencia.

Hace poco, un amigo me dijo algo sabio: para que un matrimonio dure, lo único que importa es sostener la decisión. Ni llevarse bien, ni tener proyectos en común, ni el amor por los hijos. Solo la decisión, que por cierto se toma un día pero vale para todos los que vendrán. Cuando las cosas se ponen difíciles, me dijo, hay que confiar en aquella vez.