Fernanda Trías

¿Qué es el silencio?
La pausa entre un pensamiento y el siguiente.

La técnica me la había enseñado un amigo japonés: «No miedo, no ansiedad, no esperanza».

Supongo que no lo hice por pereza, o por esa sensación que tengo a veces de lo poco que vale la pena casi cualquier movimiento.

La epidemia nos había devuelto lo que años atrás parecía irreversible: un país de lectores, sepultado lejos del mar, los ricos en sus estancias o casonas sobre las colinas, los pobres desbordando las ciudades del interior, aquellas mismas de las que antes nos burlábamos por vacías, escasas, obtusas.

Yo le conté que en Chernóbil había más animales que nunca, y hasta los que estaban en peligro de extinción se habían reproducido gracias a la ausencia de humanos.

—La resignación no es un valor —dijo—. Hay que luchar por lo que se quiere en esta vida.

La epidemia había tenido el efecto de reconciliarnos. Hasta hacía poco, apenas podíamos estar más de cinco minutos en el mismo espacio

la epidemia nos había acercado, aunque solo fuera a ese lugar baldío.

Mi madre pensaba en Max como en un pusilánime, alguien que se había salido de la vida por su incapacidad para hacerle frente.

El viaje, si no está lleno de paradojas, no es un viaje.