A mi juicio, se ha puesto demasiado de moda considerar la aceptación de la muerte como algo equivalente a la dignidad intrínseca», escribía Gould en su ensayo de 1985. «Por supuesto, estoy de acuerdo con el predicador del Eclesiastés en que hay un tiempo para amar y un tiempo para morir –y cuando llegue mi hora espero afrontar el final con tranquilidad y a mi manera–. Sin embargo, para la mayoría de las situaciones prefiero adoptar un punto de vista más marcial, donde la muerte es el enemigo por antonomasia –y no encuentro nada que reprochar a quienes se rebelan enérgicamente contra el hecho de que se apague la luz.»